Había sido una niña buena, siempre hizo lo que se esperaba de ella, estudió, se preparó como sus padres querían, siempre agradando a los demás, siempre perfecta, como había aprendido con los ejemplos de su familia. Que nadie tenga nada que decir de familia tan honrosa. Así creció, pensando que los otros admiraban su buen hacer, su buen vestir, su vida completa.
Así pasaron los años, viajando, aprendiendo, prosperando, se convirtió en una bella y eficiente mujer. Un día le conoció y apasionada como era se enamoró locamente de él. Pensó que su amor lo haría cambiar, le haría despojarse de su inmenso egoísmo... para descubrir la cruel realidad, nunca cambiaría.
Luchó por su sueño, por su amor, por su familia. Su fortaleza la hacía volver a creerle, volver a confiar, pero de nuevo le fallaba, ella se sentía culpable, sentía que no podía colmar la inmensa virilidad que él le hacía creer que no podía dominar, él se le mostraba como un ser superior, disculpaba sus deslealtades con argumentos miserables como que ella no era la amante que deseaba. Pensaba que la quería, de hecho, se lo repetía a menudo, ella era su princesa, la reina de su casa, sus devaneos nada tenían que ver con la buena marcha de la familia, le demostraba celos incluso, no podía ser verdad, no podía creer lo evidente, lo que era una mentira a voces, a ella no le podía estar pasando. Lo había dado todo, todo y más, pero a él no le bastaba.
¿Era él un maltratador psicológico?, ¿Era ella una víctima inconscientemente?, estaba sola, se sentía sola, necesitaba mucha fuerza para romper lo que era toda su vida, necesitaba un poder de decisión que le faltaba, educada como había sido en el seno de una familia católica y muy tradicional, tampoco podía decepcionarles a ellos, no quería hacerles daño, así que seguía sola...